El dueño de las estrellas
Licurgo, de la isla de Creta, vive en un exilio autoimpuesto de Esparta, de donde salió para evitar que se cumpliese un sombrío horóscopo. Una noche encuentra al rey de Creta en la cama de Diana, su esposa, y en lugar de asesinar a quien le ha deshonrado se suicida, burlando así el trágico destino que le habían impuesto los astros. A ello le ha conducido la razón exasperada: a evitar la fatalidad a costa del sacrificio. Este drama ético-político da un desenlace bastante original, aunque algo exagerado, al eterno conflicto de la lealtad en la relación soberano-vasallo.
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