Antes de iniciar la escritura de cualquier género literario se deben reproducir una serie de pautas para alcanzar una obra maestra. Una de esas tareas pendientes antes de sumergirse en una historia es la documentación. Una labor que frecuentemente es olvidada en los libros, generalmente los que no tienen nada que ver con hechos históricos.
¿Para qué sirve la documentación?
Para poder alcanzar un libro al alcance de los mejores debemos iniciar un proceso exhaustivo de documentación. Muchos pensarán que sus libros no necesitan de una ardua labor de recopilación de datos, ya sea porque son ciencias ficciones, novelas con hechos ficticios o poemas. Sin embargo, ningún género de literatura se libra de las extensas redes de la documentación. Ese proceso, largo, duro, complejo, a veces aburrido, de recuperación de datos que nos van a permitir reconstruir un relato de los más verosímil.
Ahondar en la historia de diferentes lugares, civilizaciones, culturas, períodos históricos… enriquecen una narrativa, además de dar un elevado estatus de irradiar verdad, incluso en las ficciones más extravagantes. Para poder inventar, crear, un universo deberemos partir de alguna base sólida, esta solo la alcanzaremos a través de la documentación. Nuestra ficción -indudablemente- estará basada en algo, en una cultura determinada, una civilización, un tipo de personaje concreto. Nada nace producto de la autenticidad máxima, exento de una idea que pueda apoyar nuestra invención. La imaginación suele sujetarse en experiencias vívidas o en otras. La documentación es los cimientos de nuestro rascacielos llamado libro.
¿Es necesaria la documentación para cualquier libro?
Puede ser una pregunta generalizada, principalmente entre aquellos que van a tomar el camino de la ficción o la poesía. La respuesta es sí. Indudablemente. Una de los libros más conocidos de la ciencia ficción, El Señor de los anillos, llevó a J.R. R. Tolkien a una fuerte labor documental y eso que él fue quien inventó muchas lenguas élficas. La creación de estas hizo que el filólogo dedicara varias décadas de estudio, mezclando varios idiomas como finlandés, idiomas germánicos antiguos, el gótico, el nórdico antiguo y el inglés antiguo, entre otros.
Ernest Hemingway escribió en 1952 El viejo y el mar, una novela corta de ficción. El norteamericano necesitó, en la que puede ser su obra más famosa, ser un conocedor de primera tinta de la profesión pesquera de la época. Saber cómo era la Cuba de los años cincuenta, las tradiciones y sus expresiones. Esto, no es producto de la casualidad.
John Hersey para escribir Hiroshima un hecho real, el cual no vivió en primera persona el autor del libro. Hersey tuvo que impregnarse del mayor número de conocimiento de aquel suceso, lo que provocó y testimonios en primera persona para poder narrar tan desde dentro lo que ocurrió.
Y así una interminable lista de los más brillantes autores que necesitaron de un fuerte proceso documental para poder respaldar su narrativa. Su historia cobró mayor sentido, fue más sólida gracias a una documentación a la altura.
¿Cómo documentarse?
La documentación es un proceso de captación de datos, estos pueden obtenerse desde diversos lugares. Desde documentales hasta archivos históricos. Libros de la época, que queremos reproducir. Libros históricos para comprender la mentalidad y comportamientos de la época, documentales para poder visualizar, mejor, la vestimenta y rasgos físicos; los espacios que configurarán el entorno e incluso el tiempo.
Si el frío es seco o húmedo, si el calor es sofocante o soportable, todos estos pequeños detalles podremos conocerlos, e incluirlos en nuestra historia dándole mayor peso a nuestra narración, solo a través de una documentación pormenorizada. Si aquel día en el que empezamos la historia había sol o no…
La verosimilitud es una virtud que debe adquirir nuestros libros, por muy fantasiosos que sean debemos conseguir la sensación de que estos son reales dentro de sus marcos, reglas.