Aprendió swahili con el jardinero, esperanto por correspondencia y otros idiomas menos divertidos y más corrientes, de esos que todos dicen conocer, por el ancho mundo. Aparte de especializarse en la Universidad Complutense y en diversas instituciones del ámbito anglosajón, consumió tiempo y paciencia en la soñada Universidad de Cantarranas, donde disfrutó, por expresarlo de alguna manera, de las tantas veces sutiles y alevosas interrelaciones sociales. De sus años más mozos, añora esencias como la despaciosa urbanidad portuguesa, el abrumador dinamismo americano, la gallarda llaneza australiana, la en ocasiones tan difícil de entender lógica francesa, la trabajosa eficacia germánica y, sobre todo, la bullanguera vitalidad madrileña.