Leer no es sencillo. Este es el punto de partida, la antesala de la dificultad que esconden las palabras largas. Aprender a leer es un proceso de años, que consiste en saber relacionar símbolos con sonidos, imágenes, y conceptos, y saber combinarlos.
El cerebro humano lee dando saltos cada ocho palabras, aproximadamente, lo que se conoce como movimiento sádico. Pero esta teoría aquí no tiene sentido si no la aplicamos a lo que nos atañe: las palabras largas son difíciles.
Si bien es cierto que son entendible las palabras escritas con diferente tipografía, tamaños, o incluso con erratas, también lo es que aquellas más largas presentan obstáculos. La aparición de una palabra larga en un texto hace que la lectura se ralentice, haciéndose entonces más pesada. Además, dichas palabras se presentan menos comprensibles que otras más cortas.
¿Siempre hay que evitarlas?
No. Las palabras largas existen, y son válidas, y también útiles. Que un elemento presente mayor grado de dificultad no es un motivo para suprimir su uso. En numerosas ocasiones, la principal función e intención de un texto es impresionar al lector, y está ahí cuando entra en el juego las palabras largas. Las palabras largas resaltan. Parecen aportar mayor nivel cultural y de conocimiento.
Para concluir: antes de elegir las palabras, busca tu público y tu intención. Las palabras que se necesitan para un mayor esfuerzo de comprensión, pero también pueden impactar más. Por ejemplo, las palabras cortas son más asequibles al público mayoritario.