Esta es la sórdida historia de tres personajes citados para su desgracia o su suerte en un hermoso refugio de Picos de Europa.
La verdadera procedencia del escribidor de estas sucias páginas ni el mismo personaje en cuestión la conoce. Algunas voces inseguras declararon que puede ser original de alguna isla del Pacífico, de un punto indefinido entre Mongolia y la Siberia, de Groenlandia, Canadá o Alaska. Hay incluso quien sugiere que vino del Sáhara. El caso es que desde que perdió las plumas de indio o el turbante tuareg, no se sabe, se siente incómodo en casi todas partes y, a menudo,experimenta unas insoportables ganas de salir corriendo. Como no existe cronista que registre su biografía, él mismo tiene que recurrir a la tercera persona del singular, cosa que, según sus rudimentarios cronistas oficiales, le resulta del todo absurda. Está lleno de dudas, no puede evitar que un mal sabor le acuda a la boca cuando no halla ninguna triste historia que llevarse al folio, conserva una pequeña esperanza de encontrar algún día sus plumas. Como lo único claro que tiene en esta vida es que no quiere dar un palo al agua, intenta aguantar agarrado a una lista de interinos y probar suerte en el mundo de la bicicleta, de la literatura barata y de las pensiones no contributivas. Si se lo cruzan por la calle, cámbiense de acera, porque al más mínimo descuido, les meterá las manos en la cartera, y con las mismas manos todavía dentro del bolsillo les preguntará si tienen un cigarrillo.
Cuando decidimos expresarnos comunicando nuestro conocimiento, de la mano de la palabra escrita, estamos dando paso a una nueva forma de vida o a una nueva manera interpretar un determinado hecho. Publicar un libro, en cierto modo, nos hace inmortales. Nuestras palabras sobrevivirán a nuestro tiempo en esta tierra. Tu libro, mientras exista, estará ahí para recordarte. Y tú siempre estarás vinculado a él de forma eterna. Porque amas a la literatura y porque la literatura te ama a ti, lo que quieras decir, hazlo saber con un libro.