Pedro Villarejo

Pedro Villarejo habla con la franqueza de quienes aman la verdad: la verdad de la belleza que acaricia el árbol frondoso de la lírica. Ama, sobre todo, a aquellos que se detienen ante la sombra de la hermosura, buscando un retazo de su luz al mediodía.
Su escritura tiene la energía del aliento, la brevedad intensa del fugitivo arcoíris. El no lee poesía, la saborea, la fotografía, la degusta. Contempla, sin prisa, como caminante que no desea perderse la belleza del camino. Sus metáforas preciositas son arabescos espaciados, rociados con aromas de robles y encinas. Pedro sabe que el estado natural del hombre es la felicidad; solo se detiene ante la pena cuando encuentra un obstáculo para la dicha, y se detiene hondamente, porque él tiene, no la ha perdido, el entusiasmo, la lira, el asombro de un niño con su alma que empieza. Porque a Pedro le gusta vivir como si todo estuviese comenzando. Su vida es un amanecer hacia la luz, un abrazo entre amigos, por eso tiene siempre la palabra precisa, como un reloj cuyo oficio es solamente dar la hora.

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